Fuego del infierno
Era un calor inagotable, la gente no dejaba de asomarse por las ventanas
tratando de librarse de ese sudor que los desesperaba, parecía el mismo
infierno, las llamas quemaban las plantas de los pies de los comerciantes, con
abanicos en la mano trataban de cesar
ese fuego que los corroía por dentro.
Las sombrillas no servían de nada, porque los rayos solares traspasaban
y quemaban sus espaldas, aquellos ilusos que trataban de parar el calor con un
simple ventilador, se cansaban en el intento, gente deshidratada tirada sobre las camas, todos cuchicheando
buscando una solución, para controlar la tempestad del clima.
Pedro caminaba de un lado a otro, - vieja no puedo creer que cerraran la
fábrica, es increíble pero pues la gente con este infierno no piensa en comprar
cobertores, ni sabanas ni nada, es mas creo quisieran andar completamente
desnudos.
Con cada ocurrencia de su marido, Trinidad hacia una cara de aburrimiento,
y contestaba con un simple si verdad. Doña Encarnación sufría lo doble, con el
cuerpo tan grande que se cargaba, poco a poco la gente se cansaba de la situación,
tapaban ventanas para que el sol no las alcanzara, ventiladores gigantes, compraban
cajas y cajas de Bonice para alivianar las penas.
Pero aun así Don Carmelo se quejaba en la plaza del pueblo a pleno grito
– Dios no nos castigues con las llamas del infierno, somos pecadores pero déjanos
vivir sin estas llamas que me matan lentamente y ya no las soporto.
Nadie escuchaba las palabras de Don Carmelo creían que el sol ya le
estaba causando daños severos, sus nietos corrieron a meterlo a la casa, pero él
no quería callarse, sus gritos se
escuchaban en todo San Ramón, los comerciantes estaban enfadados sus frutas y
vegetales estaban echándose a perder y las ventas eran nulas.
Gente peleando por un pedazo de sombra, las cajas de bonice estaban agotándose,
los niños estaban dormidos pues no tenían ganas ni fuerzas para correr como era
su costumbre, era un verdadero infierno, nadie podía detener el calor que los
achicharraba, los borrachos llevaban 1 semana sin tomar, pues sentían que el
alcohol les quemaba la garganta.
Envolturas de bonice caían en las calles, el sol era imparable, pero Don
Carmelo volvió a salir corriendo a la calle, pidiendo de rodillas a Dios que
los iluminara, pidiéndole que parara con la desesperación, de pronto se dejo
caer una tormenta sobre todos, las lagrimas de Don Carmelo se mezclaban con las
gotas de lluvia, el pueblo agradecía al cielo, pues sus pecados habían sido
perdonados.
0 comentarios:
Publicar un comentario